He vivido durante muchos años enfadada con varias personas, las tenía en mi día a día y tenía una buena relación, aunque en mi fuero interno estaba ese enfado, esa necesidad de que reconociesen el daño que me habían hecho y me pidiesen perdón.

Hace muy poco tiempo me di cuenta que yo no podía perdonar, no podía eliminar ese hecho, yo no era ningún dios para eliminar nada. Yo solo podía curar esa herida, porque la opción de no mirarla no evitaba el dolor que producía.

Entonces entendí que perdonar no era un acto desde la superioridad hacia el otro: «tu eres malo, yo bueno y te perdono». Era un acto de empatía y comprensión. «Yo me pongo en tu lugar, entiendo porque has actuado así» y, desde la aceptación, el alma perdona y la herida sana.

Este ha sido mi último aprendizaje y algo que me da mucha paz mental porque me evita estar en la crítica y en la polémica constante. Otro día os contaré lo primero que aprendí y como comenzó mi andadura.

Perdón, empatía y sanación

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *